El pensador mexicano dice que la
sociedad madura y crítica contrasta con los anquilosados políticos
profesionales
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César Cansino |
Por Jorge Urien Berri
(Entrevista realizada en el año 2008
Tal
vez porque además de politólogo es periodista, César Cansino sabe comunicar sus
ideas y sin medias tintas tituló su último ensayo La muerte de la ciencia política para demostrar algo tan tajante
como el título: que esa ciencia "hace agua por todas partes. No ha podido
dar cuenta de la complejidad de los fenómenos políticos y se perdió en la
superficialidad."
Así lo
explica en una entrevista por correo electrónico una semana después de haber
ganado con su ensayo el Premio LA NACION-Sudamericana
en ese género. Una vez publicado, se sumará a los 35 volúmenes que escribió
este doctor en ciencia política por la Universidad Complutense de Madrid. Tampoco es su primer premio. Entre los que recibió figuran el Premio
Nacional de Periodismo de México, en 1995 y 2004, por artículos de fondo.
En
marzo de 1994, al día siguiente del asesinato del candidato presidencial del
PRI Luis Colosio, Cansino escribió en su columna que se trataba de un crimen de
Estado y que nunca se sabría la verdad, pero que la sociedad culparía al
entonces presidente en funciones, Carlos Salinas. Acertó.
El
Premio Nacional de Periodismo de 1995 reconoció ese tipo de trabajos. Cansino
cuenta que lo recibió en España durante un "exilio voluntario":
"Debido a que en 1994 me enfrenté intelectualmente al grupo que dominaba
la escena cultural y en alguna medida sigue haciéndolo, el poderoso grupo
Nexos, cercano a Salinas de Gortari, uno de los mandatarios más autoritarios,
corruptos y odiados de México. El grupo me expulsó de varios medios en los que
escribía y del instituto de investigación donde trabajaba. Hasta la fecha, sigo
siendo en México un intelectual incómodo. Traté de desnudar los engaños del
poder y de estos lambiscones. En 2004, diez años después, volví a recibir el
Premio Nacional de Periodismo por la misma columna, que sigo publicando".
Cansino
tiene 46 años. Estudió en Italia con Giovanni Sartori y completó su formación
en Estados Unidos y España.
-¿Cómo surgió la idea de este libro?
-Sé
que es polémico. Al referirme a la ciencia política, pienso sobre todo en la
vertiente más desarrollada, que viene de Estados Unidos, una disciplina muy
especializada que emplea lenguajes formales y matemáticos que sólo interesan a
los iniciados y caen en la trivialidad. En países menos desarrollados, la
ciencia política está peor porque se hacen malas copias de lo que llega de
Estados Unidos y Europa. Para demostrar mi tesis recorro los interrogantes que
esta disciplina se ha propuesto sobre la democracia, y lo insustanciales de sus
respuestas. El principal desafío que plantea la democracia al pensamiento es la
crisis de representación y la emergencia de una nueva sociedad que aspira a
construir bienes en común.
-Entonces, ¿qué debe hacer la ciencia política?
-Incorporar
la experiencia de la filosofía política y desbordarse hacia otros saberes.
Perderá cientificidad, pero ganará en comprensión. Hay que evitar la
trivialidad y hacerse cargo de la multidimensionalidad de los problemas de la
sociedad.
-¿Por eso escribió que "hay más sabiduría política en una buena
novela que en un tratado de ciencia política"?
-Claro.
El terreno de la ficción siempre será más fértil que el del método científico
para dar cuenta de la experiencia política. Mientras el científico aspira a
reducir la complejidad del mundo a categorías empíricas impermeables, el
escritor no tiene más límite que su imaginación. La novela histórica o política
no tiene por qué ser fiel a los acontecimientos que narra, y en la imaginación
reside su potencial y su superioridad respecto de otras maneras de aproximarse
a la vida. Mientras que el científico de la política no tiene más remedio que
contentarse con lo fenomenológico, la buena narrativa política escarba siempre
en la condición humana y nos pinta mundos posibles. Quien quiera entender la
lógica del poder ilimitado y de la tiranía debe leer La fiesta del chivo, de Mario
Vargas Llosa, que narra la sangrienta tiranía del general Trujillo en República
Dominicana.
-¿Cómo ve los procesos políticos latinoamericanos?
-En
1994 escribí que el futuro de la región era poco promisorio. El pronóstico no
sólo se confirmó sino que fue superado por la realidad. Emergieron líderes
populistas que han significado graves retrocesos autoritarios en sus países,
como Abdalá Bucaram, Alberto Fujimori, Hugo Chávez y Evo Morales. Reaparecieron
movimientos guerrilleros y el narcotráfico y el crimen organizado crecieron y
aumentaron la informalización de la política.
-¿Qué salida hay?
-América
latina conserva a su favor una sociedad civil cada vez más madura, informada,
crítica y participativa que contrasta con los anquilosados y obtusos políticos
profesionales, y esa es la tesis de un libro que estoy por publicar. Si nuestras maltrechas democracias
persisten, salvo algunos casos lamentables como Venezuela, no es por los
políticos sino por la terquedad de los ciudadanos que saben que la otra opción
es la larga noche totalitaria. Hoy, la persistencia de la democracia en América
latina se juega en el espacio de lo público-político, como la calle, la plaza,
la escuela, la fábrica, la ONG,
el barrio, el chat , el blog , lugares donde los ciudadanos
ratifican su voluntad de ser libres y donde se producen contenidos simbólicos
que ponen en vilo al poder instituido.
-¿Por qué?
-Porque
las formas de articular y canalizar demandas sociales ya no pasan por el
partido de masas o la central sindical o las grandes corporaciones. La gente
demanda soluciones de manera distinta. Ahora sabemos que sólo depende de
nosotros orientar el destino de nuestras comunidades mediante la deliberación
pública con los demás. El imperativo individualista de la igualdad ante el
derecho tiende a prevalecer sobre la noción de defensa de los intereses
colectivos.
-¿La corrupción no es un impedimento?
-La
crisis política, económica y social de nuestros países se tradujo en una
profunda crisis moral. Existen los peligros de la remilitarización, de la
corrupción desmedida, del populismo, de la desigualdad social y de la
informalización de la política. Y también el peligro de una nueva tendencia de
lo que podemos llamar un "retorno a lo básico", que es el apoyo a
aquellos políticos que ofrecen seguridad aun a costa de sacrificar derechos y
libertades cívicas. Es abrazar consignas tan elementales como las de "mano
dura al crimen organizado", "combate a la delincuencia".
Recordemos la campaña electoral que le permitió la reelección a George W. Bush.
-¿Qué lo llevó a dedicarse a la ciencia política?
-Viví
mi juventud con la utopía revolucionaria a cuestas. En los años setenta y
ochenta, la
Universidad Nacional Autónoma de México era el centro de
producción y debate latinoamericano más importante de ideas socialistas. En ese
marco intelectual, cualquiera con inquietudes sociales terminaba estudiando
ciencia política o sociología o filosofía o economía. Yo no fui la excepción.
Durante mi carrera me moví entre el activismo y la formación académica. Sin
embargo, viajé a Europa del Este en 1980 y entendí que el socialismo había sido
derrotado desde adentro, y que la sociedad en esos países vivía con miedo.
Supe
que tarde o temprano el socialismo sucumbiría en Europa del Este porque se
había construido sobre el dolor y la mentira, y después del viaje abandoné el
activismo y me concentré en la investigación de la filosofía política de la
democracia y el fracaso del socialismo.
© La Nación
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